miércoles, 23 de abril de 2008

CUEVA DEL REGUERILLO.

La belleza natural que en superficie ofrece la Comunidad de Madrid y que inspira el espacio Paraísos de Madrid dentro de Siringa Verde contrasta con otra, no menos bella y natural, que se presenta en su subsuelo. Es la cueva del Reguerillo. Situada en el cerro de la Oliva, enclave morfológico de tipo cuesta, desarrollado sobre rocas carbonatadas de edad cretácica situadas sobre otras metamórficas paleozoicas, que está diseccionada por el arroyo de Valdentales al O y el río Lozoya al E, en el término municipal de Patones, y bajo el que se ha desarrollado un complejo kárstico de unos 9 kilómetros de longitud con múltiples formas, esencialmente endokarsticas. Entre mediados los años 50 y los 80 del siglo XX se procedió, gracias a la actuación de diversos grupos espeleológicos de varias sociedades, a las labores de exploración sistemática que permitió el reconocimiento general de la cueva, la elaboración de su topografía y su investigación científica.


El conjunto de conductos y galerías se desarrolla en tres niveles o pisos, correspondiendo la entrada clásica por la zona del arroyo de Valdentales, en el primer piso, donde se abre el Vestíbulo que se ve en la fotografía elegida como ilustración, hasta la salida por el tercer piso al otro lado del cerro y sobre la presa del Pontón de la Oliva. El Vestíbulo da paso por una gatera como otras muchas que el visitante puede encontrar en su camino, (no debe extrañarnos el nombre, ¿acaso no son llamados “gatos” los habitantes de Madrid?), al Lago, un encharcamiento de galería fácil de salvar dejando a un lado un colapso profundo antes de llegar a dos salas amplias de las que parten dos caminos; uno conduce al Confesionario y a la sala del Misterio, sugerentes nombres para incluir de una manera u otra las formas fantasmagóricas de las figuras humanas a la luz del candil de carburo; el otro al Tubo, un conducto vertical que permite el paso al segundo nivel.

El resto de las estancias con sus formaciones geológicas asociadas, tienen nombres tan atractivos como el Tobogán, la Culada o el Jaboncillo, y permiten, ya en el nivel 2 atravesar el Laberinto para llegar al Dormitorio por la Directísima, y a la Gran Sala y de ahí a la Gran Vía, otro nombre con connotación castiza, desde donde es relativamente fácil acceder a ver las Piernas de Sofía, (dos bellas columnas pétreas en el camino), visitar un México muy distinto al de Agustín Lara, a la sala del Perro que Fuma, al Estribo, o al Órgano, directamente hacia la angosta salida sobre la presa del Pontón de la Oliva.

La Cueva del Reguerillo ha sido visitada desde hace 100.000 y hasta los 40.000 años antes del presente, tanto por animales como por humanos. Entre 1970-74, los estudios científicos llevados a cabo por Trinidad Torres mostraron la evidencia de huellas fósiles marcas de osos de las cavernas, (Ursus speleanus), de pinturas rupestres esquemáticas, restos cerámicos, así como numerosos grafítis, costumbre al parecer practicada desde hace siglos por visitantes madrileños y foráneos desde al menos el siglo XVII, que complementan la información que se tiene desde el año 1826, cuando el clérigo Sebastián Miñano, en el Diccionario Geográfico y Estadístico de España y Portugal la cita por primera vez.

Desde mi primera entrada en 1971 hasta la actualidad, tanto los geólogos como los espeleólogos madrileños hemos visto el ataque sistemático sufrido por la cavidad por gente escasamente cuidadosa, advenedizos del mundo subterráneo capaces de contaminar la laguna Estigia y poner en cuarentena al mismo Caronte y al can Cerbero, que han ido arrancando estalactitas y estalagmitas, dejando sus inmundicias o pintando en las paredes frases que avergonzarían a Abaddon, y que han ocasionado impactos graves, no se sabe si irreversibles.

En la actualidad la Cueva del Reguerillo ha sido cerrada por la Dirección General del Patrimonio de la Comunidad de Madrid en el intento de poder recuperar el valioso legado de la historia para el conjunto de la ciudadanía. Si bien no faltará quién considere la medida inapropiada y reclame su uso indiscriminado, independiente de las posibilidades más o menos remotas de que todavía aporte datos científicos de interés.

lunes, 7 de abril de 2008

LAGUNA DE PEÑALARA

Traemos hoy a este espacio uno de los lugares más emblemáticos de la Comunidad de Madrid: la laguna de Peñalara; que como vds. saben es una muestra excelente de laguna glaciar desarrollada en un circo de la idéntica génesis limitado por los correspondientes depósitos morrénicos, todos ellos de edad cuaternaria, y que está situada por encima de los 2000 m de altitud en el Parque Natural de su mismo nombre.

Y lo hacemos no para contar su historia geológica, sino para señalar una peculiaridad desconocida por muchos madrileños y foráneos a la vez que cierta, entre las muchas fábulas, historias y supersticiones atribuidas a ninfas, genios o animales exóticos y extravagancias varias que según dicen habitaban estos parajes. Y no es otra que su uso deportivo hasta un determinado momento, (inicio de la década de los años 90 del siglo XX), como piscina “más o menos olímpica”, de aproximadamente 80 metros de longitud y aguas limpias y cristalinas a 5 o 6 ºC, donde se desarrollaba tradicionalmente (70 ediciones) una travesía a nado por nadadores aficionados, excursionistas habituales y atletas consagrados del momento, que llegó a ser presenciada, incluso, por varios miles de personas.

Es lógico que, en aras a la conservación, tuviera que prohibirse a partir del año 1992, a instancia de los propios organizadores de la prueba; por otro lado los mayores amantes de la sierra madrileña, y que, siendo conscientes del deterioro del área por los fenómenos de erosión asociados a la eliminación de la cobertera vegetal, la compactación de los suelos de las laderas, la contaminación de las aguas, los procesos de eutrofización, además de la introducción inconsciente o desaprensiva de especies alóctonas en la laguna …; así se lo aconsejaron a los responsables administrativos del Parque Natural de Peñalara como medida de protección. Es evidente, que el deterioro sufrido en aquel momento, subsanado después, no puede atribuirse a un uso específico y concreto en exclusividad, el que significaba la travesía el primer domingo de agosto, sino a las facilidades que en su momento se dieron para el acceso al llamado macizo de Peñalara con la estación, actualmente desmontada, de Valcotos.

Por todo ello, es recomendable que el lector, además de acercarse al lugar para disfrutar de su belleza espectacular, y siempre con el debido respeto a la naturaleza y a las normas dictadas para su protección y conservación; se aproxime también a las historias de todo tipo que en relación con la laguna se encuentran en los distintos medios de comunicación, no menos bellas y sugerentes.