domingo, 22 de junio de 2008

LA PEDRIZA.

En Paraísos de Madrid saltamos de nuevo a la zona meridional de la Comunidad para considerar en esta ocasión uno de los lugares con mayor encanto de Madrid entre la inmensidad de posibilidades que esta provincia ofrece. Es la Pedriza. Situada en las proximidades del pueblo de Manzanares el Real forma parte del Parque Regional de la Cuenca Alta del río Manzanares, declarado por la UNESCO como Reserva de la Biosfera en el año 1992.
El paraje ubicado en la Sierra del Guadarrama está constituido por rocas ígneas plutónicas mayoritarias del tipo del granito junto con otras metamórficas, los gneises, de edad paleozoica; ambas formadas en el interior de la Tierra aunque por procesos diferentes, magmáticos las primeras y de transformación a alta presión y temperatura de otras rocas preexistentes las segundas, que al aparecer en la superficie por los fenómenos tectónicos alpinos posteriores a su génesis y los erosivos más recientes aún han experimentado un proceso de diaclasado intenso que ha sido aprovechado por la erosión para canalizar en él su fuerza destructora y modeladora (en bolos) hasta conseguir en el entorno unas geoformas caprichosas capaces de sugerir en el observador las más inverosímiles y fantasmagóricas figuras.
Algunas de las visiones del visitante primitivo que desde los tiempos paleolíticos hasta la actualidad, pasando claro está por las legiones romanas, los visigodos y los árabes se han acercado a sus faldas, han quedado para siempre en la toponimia local, como el majestuoso Yelmo, quizás el emblema de la Pedriza, (conocido antiguamente por la Peña del Diezmo), un domo granítico abovedado de lisas superficies y paredes subverticales, descrito ya con su nombre actual por Alfonso X el Sabio en el libro de las Monterías en 1350, y que es visible desde Madrid en los días claros y soleados en los que la contaminación capitalina no cubre con su boina negra los cielos urbanos, los de la rampa de transición serrana y casi, los de la propia sierra.
Yelmo tan famoso como aquel de la invisibilidad de Hades robado por Perseo; o el de Ulises, de cuero recio y cinchas fuertes defensor de la testa de su dueño; o el yelmo que no bacía, más reciente de Mambrino, usado por el legendario Caballero de la Triste Figura en sus aventuras por los campos manchegos. Las Torres, la Dehesilla de la Silla, el collado de La Ventana o la Bola de los Navajuelos, hasta culminar en la Cabeza de Hierro, cumbre cimera como no podría ser de otra forma de los berruecos citados a 2383 metros de altura, o acaso son 2386, que viene a ser lo mismo. Sin olvidar los canchos, como el conocido Cancho de los Muertos refugio de bandoleros en la imaginería o certidumbre del paisanaje, Canto Cochinos, El Pajarito, la Campana, entre otras muchas pedreras, canchales o barruecos con nombres propios.
Si el roquedo es aparentemente lo más significativo de La Pedriza, la variedad de ecosistemas sustentados esencialmente por la vegetación sobre él, en ocasiones abriéndose paso entre los mismos riscos, lo caracterizan hasta conseguir la categoría de espacio único no sólo geomorfológico sino ecológico en todos sus aspectos.

Son muy abundantes en las zonas más bajas los alcornoques y los robles, con un estrato arbustivo formado por jaras, zarzas, retamas, tomillo, romero,… capaces de aromatizar la zona en varios kilómetros a la redonda, para pasar sucesivamente a un pinar abriéndose paso entre las rocas de cota media y culminar con los enebros rastreros y el piornal, adaptados de forma extraordinaria a la climatología más extrema de las cumbres.
De la comunidad animal merece destacarse al buitre, amo y señor de las alturas, la cabra montesa perfectamente adaptada al ambiente, el ciervo, gamo, corzo, jabalí, zorro, conejo, liebre y una extensa lista de poblaciones autóctonas no más importantes que los invertebrados que completan la biocenosis.
Por todo ello, desde Siringa recomendamos a los lectores la visita, siempre que se haga con los hábitos más respetuosos para tan singular paisaje.