lunes, 5 de octubre de 2009

Chinchón

Paraísos de Madrid, acerca al lector a otro lugar con encanto de nuestra Comunidad, nos referimos a Chinchón, pueblo enclavado a unos 45 km al sureste de la capital. Se dice de él que quizás sea el pueblo del entorno madrileño que mejor conserva su personalidad, sin verse afectado aún, en este caso afortunadamente, por el influjo más negativo que pudiera llegar desde la capital.
En esta ocasión, salvo una pequeña referencia ambiental al final del texto que satisfaga los objetivos básicos de esta sección, nos vamos a referir a otros dos aspectos tan educativos como esenciales para los aficionados a recorrer los caminos: el histórico-cultural y el culinario. Histórico porque el pasado de nuestros pueblos es espectacular y el de Chinchón no podría ser menos, y culinario porque con una buena pitanza en los altos del camino, “se hace camino al andar” que diría el poeta.
La historia de Chinchón supone tener que remontarse en el tiempo hasta el neolítico, periodo de tiempo del que afortunadamente quedan algunos restos de cavernas en la zona, para sucesivamente ser ocupado su territorio por íberos, romanos y árabes, bajo cuyo influjo permaneció al menos durante tres siglos hasta que Fernando I acabó con el dominio musulmán del reino de Toledo, para que después de breves escaramuzas que lo devolvía al poder de la media luna, ser reconquistado definitivamente por Alfonso VI en el año 1083, desde entonces quedó bajo la influencia del Concejo de Segovia.
A partir del siglo XV la historia de Chinchón es tan rica en acontecimientos y personajes que se recomienda al visitante que acuda a la ciudad a empaparse de ellos y que añada su nombre al listado de personas ilustres que han visitado de una forma u otra la Villa, desde el primero de los condes de Cabrera hasta la actualidad; léanse, entre otros ilustres, Isabel y Fernando, los Reyes Católicos, Juana y Felipe el Hermoso, Carlos V, Felipe V, coronado rey en su famosa plaza, el archiduque Carlos expoliador de la Villa, Carlos IV, el genio de Fontiveros, Francisco de Goya y Lucientes, el maestro Frascuelo, en un listado que sería interminable.

Su patrimonio cultural es sencillamente magnífico, bien merece la pena contemplar las múltiples joyas de la Villa; desde la plaza Mayor, de edad y estructura medieval, considerada una de las más bellas del mundo por en su armonía. Plaza de reunión de lugareños y foráneos, plaza de toros, plaza pública, corral de comedias, plaza de justas, plaza autos sacramentales, plaza teatro popular, plaza de estudio de cine y televisión. La iglesia de La Piedad, hoy de la Asunción, reconstruida en 1828 después de la bárbara destrucción francesa de 1808, en el centro del retablo está la famosa obra de Francisco de Goya, la Ascensión de la Virgen. Pasando por el teatro Lope de Vega, la Torre del Reloj, (único pueblo en el que la torre no tiene iglesia y hay iglesia sin torre, al decir de las crónicas).


Las ermitas de Nª Sra del Rosario y de la Misericordia; los conventos de las Clarisas y de San Agustín, o los dos castillos, el mejor conservado Castillo de los Condes y el Castillo de Casasola, recogido en Paraísos de Madrid en otra ocasión.

La gastronomía de Chinchón complementa las mayores exigencias del visitante cultural y no tanto. Cocina típica castellana, se adorna con platos en los que los típicos, cochinillos, cordero y cabrito, asados en hornos de leña suponen el plato principal, aunque si lo que nos gusta son los platos de caza, cualquier mesonero de los muchos fogones de la villa podría satisfacer las apetencias en este apartado. Previamente, que mejor entrada que unas verduras de las vegas de los ríos del paraje, dependiendo de la que toque en temporada puede decirse que el abanico es amplio. Los dulces de las clarisas y los anisados de producción propia completarían el buen yantar en el pueblo.El entorno natural de Chinchón se encuadra a caballo entre la vega del Tajuña y los páramos, entre ambas zonas se desarrollan numerosos ecosistemas, entre los que destacan los humedales, las vegas y riberas en los más bajos antes de enlazar con los terrenos yesíferos cortados por la actividad erosiva fluvial y las parameras resistentes a la erosión en los más altos. En cada una de ellas se desarrolla una vegetación característica, que aloja una fauna no menos típica, tratada ya en otros lugares con encanto de esta sección.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Puerto de la Cruz Verde.

Paraísos de Madrid no se aleja mucho en el espacio de la última entrada de esta sección, la de El Escorial, para animar a los lectores a la visita a otro de los lugares privilegiados de la Comunidad, el entorno natural del Puerto de la Cruz Verde, en el ramal occidental de la sierra de Guadarrama.
El Puerto de la Cruz Verde es un collado situado por encima de los 1200 m de altitud, constituido en paso de montaña y limitado a ambos lados por las elevaciones de Las Machotas, Alta y Chica, y el cerro San Benito. Al parecer eran las laderas de Las Machotas el lugar elegido por Felipe II para la construcción del Monasterio antes de su ubicación definitiva al pie del monte Abantos.
Permite la comunicación de San Lorenzo de El Escorial con Robledo de Chavela, y desde ahí a la encrucijada de caminos que llevan a Santa Mª de la Alameda y Navas del Rey, o hacia San Martín de Valdeiglesias y desde allí a Toledo o a Ávila.
Puerto hasta hace poco, y aún hoy, muy concurrido por los aficionados a las motos, alguno de cuyos integrantes suponen, debido a su conducción poco ortodoxa, un peligro en ocasiones para la circulación. Dotado también de la correspondiente leyenda, la de la “conocida” Dama de la Cruz Verde, mujer fantasmagórica que dicen se aparece a los automovilistas que circulan por allí. Cabe pensar que debe estar ocupada en otros menesteres por lo poco que se desplaza últimamente por el puerto.

El medio físico está constituido por alineaciones montañosas de rocas plutónicas que forman el eje de Guadarrama, separadas en ocasiones por fracturas que delimitan otros conjuntos elevados aislados como Las Machotas. De composición granítica, derivan de magmas intruidos y consolidados entre otras series rocosas de génesis metamórfica, todo ello durante el periodo de tiempo paleozoico, reactivadas después por la orogenia Alpina, apareciendo posteriormente en superficie gracias a la erosión diferencial. En conjunto se erigieron en el recurso básico canterable con el que se construyó no solo el Monasterio de El Escorial, sino otros muchos monumentos de la Comunidad de Madrid.
Las características climáticas de la zona junto con las litológicas y estructurales de las rocas, condicionan una morfología peculiar, destacando la disgregación en bolos, algunos de ellos tan peculiares que adquieren nombres propios en la toponimia local gracias a la imaginación popular, caso de La Bola, el Gigante Mudo o el Pico del Fraile, denominación dada también a la Machota Alta. Visibles son también los canchales en las zonas de mayor altitud. En las inmediaciones del Puerto de la Cruz Verde nacen múltiples arroyos que acaban por desembocar en el Alberche, a cuya cuenca hidrográfica pertenece el paraje.
La topografía es la responsable de las variaciones en altitud de las condiciones ambientales, lo que condiciona la gradación de la vegetación a medida que se asciende en altura. Desde los encinares, (Quercus ilex), los espectaculares castañares, (Castanea sativa) y los fresnos, (Fraxinus angustifolia), ambos del nivel estratificado vegetal más bajo, hasta el matorral de montaña y piornal de la zona más alta, pasando por los enebrales y pinares autóctonos y de repoblación, de pino silvestre o albar, (Pinus sylvestris). Dentro de la vegetación hay que destacar también la cohorte de arbustos que forman el sotobosque y entre los que destacan: el cantueso, la jara pringosa, o el rosal silvestre.

El reino de los hongos también está presente para delicia del caminante aficionado a su búsqueda, destacando por su abundancia la oronja, el boleto negro, el níscalo o el falo hediondo. La fauna es la característica de las zonas boscosas, con amplia representación de aves, como los jilgueros, carboneros y cárabos; los reptiles, como la lagartija colilarga, e incluso, los mamíferos mustélidos.
El conjunto elegido hoy forma parte del Territorio Histórico de "El Escorial: Monasterio, Sitio y Entorno Natural y Cultural", un Bien de Interés Cultural según la catalogación que de él hace la Comunidad de Madrid, y que Siringa recomienda visitar como siempre, con la debida prudencia que permita su conservación en las mejores condiciones ambientales.

lunes, 13 de abril de 2009

El Escorial

La sección Paraísos de Madrid de la Revista Escolar Siringa se permite hoy hacerse eco de las citas que apuntan al entorno de EL Escorial como uno de los paisajes importantes de los que forman parte del Patrimonio Cultural de la Humanidad. Por lo tanto, nos sumamos a la recomendación universal de visitarlo.
Ubicado en plena Sierra del Guadarrama, casi a tiro de piedra de Madrid, no es el austero y exclusivo conjunto monumental del célebre Monasterio el único espacio ideal que lo conforma, sino que aquel se sitúa entre el llamado antiguamente “Buen Monte del Oso”, hoy monte de Abantos, por la abundancia de especies avícolas que lo habitaban no hace tanto, especialmente los buitres, que culmina en el puerto de Malagón y la dehesa de La Herrería, que en conjunto componen este paraje ideal.

El emplazamiento físico del monasterio en las laderas bajas del monte Abantos fue elegido por Felipe II en el año 1562, encargándose del diseño de los proyectos iniciales y de la construcción posterior dos ilustres arquitectos de la época como fueron Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera, este último, autor de numerosas obras en la corte madrileña del siglo XVI que lo culminó alrededor de veinte años después.
Indiscutiblemente, el Monasterio de El Escorial desempeño y aún hoy desempeña tres funciones esenciales, fue el centro de poder político del imperio español, aquel en el que nunca se ponía el Sol; fue y es un importante centro monumental y cultural del mundo civilizado y, por último, constituyó y constituye aún el panteón de los reyes de España hasta la actualidad, con alguna excepción como las de Felipe V y Fernando VI, enterrados por distintos avatares en otros lugares.
Las obras de arte que atesora pertenecen a los mejores artistas del momento y a otros posteriores en el tiempo. Así, la pintura no sólo recoge la de los más ilustres autores italianos de la época, sino también otras de los celebérrimos Lucas Giordano, el Bosco, el Greco, o Velázquez,…; además de otros posteriores del siglo XIX español. En la escultura merece destacarse alguna obra excepcional como las del polifacético Bernini o Cellini.
La segunda joya del paisaje la conforma el monte Abantos, que desde el punto de vista ecológico es un ejemplo de la perfecta distribución en altitud de la vegetación, adaptada a las condiciones físico-químicas ambientales, y que va desde los encinares y robledales en los pisos más bajos pasando por los extensos pinares en las altitudes medias-altas, algunos autóctonos, otros, la mayoría, de repoblación, hasta la vegetación de porte bajo, rastrera, específicamente adaptada a las condiciones climáticas de las cumbres. La fauna que los bosques de Abantos albergan es variada, tanto en invertebrados como de vertebrados, con alguna especie endémica. En definitiva, ecosistemas peculiares de valor infinito que precisan de un cuidado exquisito.
La dehesa de las Ferrerías de Fuentelámparas o bosque de la Herrería, constituye también un buen lugar para continuar observando la diversidad vegetal de la Comunidad de Madrid, ahora en sus pisos serranos más bajos. En ella abundan árboles elegantes como los arces de Montpellier, algunos espectaculares junto a la famosa silla de Felipe II, tilos, cerezos, melojos, castaños, avellanos, etcétera; un estrato arbustivo, con abundantes especies como la madreselva, los madroños, emblemáticos de la Comunidad, los enebros, endrinos, retama en sus dos variedades, la blanca y la negra distribuidos en otro herbáceo de verdes intensos en épocas oportunas.

En la dehesa de la Herrería se encuentra la silla de Felipe II, construida en un privilegiado altozano granítico a los pies de las crestas de las Machotas, desde donde según la tradición popular el monarca observaba el avance de sus magnas y reales obras; o también quizás sea, como se apunta, un complejo de altares celtibéricos, aras desde donde se hacían ofrendas a los dioses de los primitivos pobladores hispánicos. Sin duda, esta segunda opción es mucho más sugerente por sus connotaciones mágicas y exotéricas que la del simple puesto de oteo y esparcimiento real.
Por todo ello, desde Siringa proponemos este lugar como uno de los paraísos de Madrid para que el visitante descubra personalmente las bellezas que adornan el espacio común madrileño.

viernes, 27 de febrero de 2009

El Puente de la Mocha

Nos acercamos en esta ocasión al suroeste de la Comunidad; a una zona de encrucijadas serranas, donde confluyen la del Guadarrama, madrileña de adopción, y la parte más oriental de la de Gredos en la vecina Ávila; para presentar otro entorno ideal con un paisaje idílico en el que destacan algunos elementos que lo conforman.
Así, la topografía, relativamente abrupta y escarpada, en su aparente desestructura, obliga al río principal, el Cofío, abulense de nacimiento en la sierra de Malagón y a 1722 m de altitud en el término de Peguerinos, a entrar en nuestra Comunidad por Santa María de la Alameda, para volver circunstancialmente a salir divagando entre gargantas a su tierra de origen en Ávila y retornar definitivamente a Madrid, donde termina su periplo al desembocar en el Alberche a la altura del embalse de San Juan.
En el entorno destacan otros elementos naturales como los extensos pinares que cubren las vertientes y los bosques de ribera que delimitan los ríos y arroyos de la zona, donde se encuentran chopos, fresnos, álamos, sauces y alisos, que sirven de cobijo a toda una gama de fauna avícola complementada por la abundante terrícola y la apreciada fluvial. Y las antiguas infraestructuras que lo cruzan, entre las que destaca el relativamente conocido Puente de la Mocha, a la que se hace referencia en el título, una construcción que sin ser, al parecer, lo que el pueblo dice que es, un puente romano o puente de los Cinco Ojos, no deja de tener un encanto especial.

Al parecer, el puente es una construcción con un origen controvertido. Posiblemente bajo medieval como parece atestiguar la construcción de las bóvedas en degradación que le dan el perfil de lomo de asno, típico de las construcciones medievales. Quizás renacentista, ligado a la colonización cristiana durante la Reconquista de las tierras castellanas. Construido para salvar en dirección este oeste el río y dar servicio maderero de los excelentes pinares de donde se extraía el recurso al monasterio de El Escorial. O, como dice la imaginería popular, romano, remodelado con posterioridad.
El nombre popular de puente de los Cinco Ojos tampoco le hace justicia puesto que no dispone más que de cuatro arcadas de medio punto y dos vanos de losas planas sobre el cauce, todo él en sillería de granito, como no podría ser de otra forma teniendo en cuenta la naturaleza del substrato.
La posibilidad de visitar este paraje y el monumento que lo adornan se ofrece en una marcha de alrededor de cuatro kilómetros desde el mismo pueblo de Valdemaqueda; un paseo asequible al estado físico de cualquier persona con un grado de dificultad mínimo. Sin embargo Siringa, como en todos los demás casos, recomienda “una visita sin huella” que permita conservar y mantener el entorno tal y como estaba al menos hace más de seiscientos años.