domingo, 25 de mayo de 2008

MAR DE ONTÍGOLA.

Paraísos de Madrid se acerca hoy a otro bello lugar de la Comunidad de Madrid; el Mar de Ontígola, un mar tan peculiar que en su entorno las mariposas sustituyen a las gaviotas.
Situado en el sur provincial, a las afueras de Aranjuez. En realidad se trata de un embalse construido por Juan de Herrera en el siglo XVI, (1572) a instancias del rey Felipe II para el suministro de agua al Palacio y los jardines del Real Sitio. De reducidas dimensiones, presenta alrededor de setecientos metros de largo por ciento cincuenta de ancho y cinco de profundidad máxima, en unas 635 hectáreas de superficie.
Hoy en día, después de casi cuatrocientos cincuenta años desde su construcción, es un humedal donde prolifera la vegetación palustre con abundante presencia de carrizales, juncales y espadañas, que dan cobijo a numerosas especies de invertebrados además de reptiles, anfibios, aves y mamíferos.
Mimetizado actualmente en el paisaje yesífero destaca por sus especiales características ambientales que llevaron en 1994 a convertirlo en Reserva Natural junto con El Rejagal, la mejor muestra de coscojar de la Comunidad. Un espacio protegido por su especial interés entomológico, con numerosas especies de lepidópteros, algunas endémicas, considerado como la “quintaprioridad mundial de conservación de estos insectos”.
La Reserva El Rejagal-Mar de Ontígola alberga más de setenta mariposas diurnas y más de cuatrocientas nocturnas, un 10 % de las existentes en Europa, junto con novecientas especies de vegetales, más que las que existen en toda la Gran Bretaña. Pero además de Reserva Natural, se cataloga como Zona ZEPA, de especial protección de aves autóctonas y migratorias de los "Carrizales y Sotos de Aranjuez" y humedal protegido según la Ley de Protección de Embalses y Zonas Húmedas de 1990.
Si uno se aproxima a visitar este espacio debe recordar y, poner en práctica, las recomendaciones más exquisitas en relación con la conservación puesto que su equilibrio natural es de por sí precario al estar rodeado por una urbanización aún más exuberante que su vegetación.