lunes, 13 de abril de 2009

El Escorial

La sección Paraísos de Madrid de la Revista Escolar Siringa se permite hoy hacerse eco de las citas que apuntan al entorno de EL Escorial como uno de los paisajes importantes de los que forman parte del Patrimonio Cultural de la Humanidad. Por lo tanto, nos sumamos a la recomendación universal de visitarlo.
Ubicado en plena Sierra del Guadarrama, casi a tiro de piedra de Madrid, no es el austero y exclusivo conjunto monumental del célebre Monasterio el único espacio ideal que lo conforma, sino que aquel se sitúa entre el llamado antiguamente “Buen Monte del Oso”, hoy monte de Abantos, por la abundancia de especies avícolas que lo habitaban no hace tanto, especialmente los buitres, que culmina en el puerto de Malagón y la dehesa de La Herrería, que en conjunto componen este paraje ideal.

El emplazamiento físico del monasterio en las laderas bajas del monte Abantos fue elegido por Felipe II en el año 1562, encargándose del diseño de los proyectos iniciales y de la construcción posterior dos ilustres arquitectos de la época como fueron Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera, este último, autor de numerosas obras en la corte madrileña del siglo XVI que lo culminó alrededor de veinte años después.
Indiscutiblemente, el Monasterio de El Escorial desempeño y aún hoy desempeña tres funciones esenciales, fue el centro de poder político del imperio español, aquel en el que nunca se ponía el Sol; fue y es un importante centro monumental y cultural del mundo civilizado y, por último, constituyó y constituye aún el panteón de los reyes de España hasta la actualidad, con alguna excepción como las de Felipe V y Fernando VI, enterrados por distintos avatares en otros lugares.
Las obras de arte que atesora pertenecen a los mejores artistas del momento y a otros posteriores en el tiempo. Así, la pintura no sólo recoge la de los más ilustres autores italianos de la época, sino también otras de los celebérrimos Lucas Giordano, el Bosco, el Greco, o Velázquez,…; además de otros posteriores del siglo XIX español. En la escultura merece destacarse alguna obra excepcional como las del polifacético Bernini o Cellini.
La segunda joya del paisaje la conforma el monte Abantos, que desde el punto de vista ecológico es un ejemplo de la perfecta distribución en altitud de la vegetación, adaptada a las condiciones físico-químicas ambientales, y que va desde los encinares y robledales en los pisos más bajos pasando por los extensos pinares en las altitudes medias-altas, algunos autóctonos, otros, la mayoría, de repoblación, hasta la vegetación de porte bajo, rastrera, específicamente adaptada a las condiciones climáticas de las cumbres. La fauna que los bosques de Abantos albergan es variada, tanto en invertebrados como de vertebrados, con alguna especie endémica. En definitiva, ecosistemas peculiares de valor infinito que precisan de un cuidado exquisito.
La dehesa de las Ferrerías de Fuentelámparas o bosque de la Herrería, constituye también un buen lugar para continuar observando la diversidad vegetal de la Comunidad de Madrid, ahora en sus pisos serranos más bajos. En ella abundan árboles elegantes como los arces de Montpellier, algunos espectaculares junto a la famosa silla de Felipe II, tilos, cerezos, melojos, castaños, avellanos, etcétera; un estrato arbustivo, con abundantes especies como la madreselva, los madroños, emblemáticos de la Comunidad, los enebros, endrinos, retama en sus dos variedades, la blanca y la negra distribuidos en otro herbáceo de verdes intensos en épocas oportunas.

En la dehesa de la Herrería se encuentra la silla de Felipe II, construida en un privilegiado altozano granítico a los pies de las crestas de las Machotas, desde donde según la tradición popular el monarca observaba el avance de sus magnas y reales obras; o también quizás sea, como se apunta, un complejo de altares celtibéricos, aras desde donde se hacían ofrendas a los dioses de los primitivos pobladores hispánicos. Sin duda, esta segunda opción es mucho más sugerente por sus connotaciones mágicas y exotéricas que la del simple puesto de oteo y esparcimiento real.
Por todo ello, desde Siringa proponemos este lugar como uno de los paraísos de Madrid para que el visitante descubra personalmente las bellezas que adornan el espacio común madrileño.